Madrid

El Gran Cabrón Y San Benito

.

«Si tuviese que ubicar un principio, tendría que hacerlo a la mitad de mi vida. Fue una época en la que no creía ni en dios ni en el diablo, sin embargo, el mundo que me rodeaba les veneraba y les temía. Para mi siempre fue fácil pedirle al Gran Cabrón y suplicarle a San Benito. Siempre fue muy fácil ver con soberbia la debilidad de quienes me acompañaban en los aquelarres y en los amaneceres de retumbes y repiques. Tardé muchos años en volver a entender, porque de muchacho lo entendía, que cuando engañas a los demás, al primero que engañas es a ti mismo». El viento golpeaba el aún abundante y pajoso cabello del anciano. No existía ruido alguno, cuanto les rodeaba escuchaba.

Las montañas protegían el Norte y ocultaban el mar. Él, a pesar de tener años viviendo allí, nunca se había atrevido a subirlas y se sentía lo suficientemente viejo y cansado como para plantearse hacerlo antes de morir.

San-Benito-de-Aquelarre

Un Viejo y El Fraile Del Tiempo

Un-viejo-y-el-fraile-del-tiempo

 

 

Fue una danza. Comenzó con un susurro que tomaba el viento y luego lo escondía. Fueron dos minutos y fue la eternidad. Entre ellos se hizo la nada y se hizo el fuego. Se hizo el hombre. Lo vieron corromperse, encontrarse y arrepentirse. Se hizo la esperanza, la idolatría y la venganza. Entre aquellos dos seres se contó una historia, que es toda historia, toda verdad y toda mentira.

El anciano se encontraba de cara a las montañas que se elevaban ante la cabaña, cuando sintió el peso a sus espaldas del que no se inmuta, del que no teme ni retrocede. Calló unos segundos. El peso se alivió. Temiendo la soledad, habló, “erré durante años, me traicioné y crecí. Celebré. Viví. San Benito, San Isidro, Yare, Santiago y Barlovento. Me reuní con la vida, con la luz, con tu magia y con la nada. Fui curandero, fui exceso y fui asceta. De alguna manera todo, lo mismo. En fin, lo siento si te he defraudado. Sé que aún queda mucho allá afuera”

“Nadie me defrauda, solo soy”, susurró aquél desde la oscuridad.

“Ayer vino el sordo. Se acercó y dijo que no me quería más aquí”, sonrió, su expresión cambió y su mente se trasladó a otra historia, “hace tanto que se fue. Seguramente conoces todo lo que ocurrió, ¿lo recuerdas?”

“No hay nada que recuerde. Eso ya deberías saberlo”, para el anciano era difícil grabarle la voz, era un tono ronco, sucio y dulce a la vez. Ya le había escuchado hablar año tras año y siempre fue incapaz de reproducirle en sus pensamientos.

“Te lo contaré entonces. Siento que, a pesar de todo lo vivido, sería el inicio de nuestra historia” La madera del balcón gritaba junto con el viento.

“Claro. Cuenta ahora todo lo que quieras, sin embargo, debes saber que en realidad se trata del final”

El fraile bajó la cara y deslizó sus dedos sobre su bastón. Alzó la mirada como si recordara ver y comenzó su relato.