Trazar un año no es tarea fácil. En retrospectiva se tiene la percepción de logros, errores y aprendizajes. A futuro, una ola de temores, retos, complejos personales y expectativas. Como ciclo, como transición, como reinicio, forma parte de nuestros mitos, de nuestras «declaraciones del ser». Evolucionamos junto con ellos. Somos guiados por ellos.
Apenas tengo meses de emigrante, sin embargo, con el año nuevo intento imaginarme partiendo otra vez a un sitio desconocido. Se me hace más fácil plantearme incógnitas sobre mí y sobre mi entorno. Se me hace más fácil imaginar lo logrado antes de partir.
Independientemente del resultado del ejercicio, al final suele venirme a la mente el mito del emigrante, un relato que no recuerdo cómo llegué a escucharlo ni a recordarlo.
El mito del emigrante
Deuqnua Euq era una persona que siempre se expresaba con lo que parecían grandes enigmas, ello hacía entender que se trataba de alguien con mucha inteligencia y con un profundo entendimiento del mundo. Un filósofo. Según decían, y pude comprobar aquella tarde, su aspecto físico no distaba mucho de su forma de hablar.
Yo nunca creí en él. Al ser reconocido por habilidades de carácter trascendental levantaba inmediatamente mis sospechas, sin embargo, tuve la fortuna de intercambiar algunas palabras con él tan sólo unas horas antes de que todos partiéramos a lo desconocido.
Le hice tres simples preguntas y recuerdo con fidelidad sus aparentemente absurdas respuestas.
La primera pregunta que le hice se refería a cómo sobreviviría este mundo el paso del hombre, que según mi opinión, su destrucción era inevitable.
Deuqnua se limitó a decir: «O ve uno nuevo».
Me quedé, en apariencia, pensando su respuesta. En realidad hice lo mismo con cada respuesta, repetirla 73 veces en mi cabeza para memorizarlas. Ya luego tendría tiempo para analizarlas.
Con la visión de un posible mundo nuevo continué preguntándole que si consideraba que su optimismo podría hacer la diferencia en nuestro futuro.
A lo que me dijo: «Animo, don, no domina».
Luego de repetir su respuesta para poder transcribirla unas horas después le entregué mi última pregunta, «Este, nuestro mundo, ¿lo consideras influenciado por una fuerza superior?»
«Árbol es arte», dice Deuqnua Euq,»ese dios, oí, vive rato caído. O dí, acota, ¡revivió! Soid ese que aunque decide, tras él, obra».
Esa noche me recosté a intentar reflexionar a través de mi ventana. La gran migración venía sucediendo y en la madrugada que se avecinaba no habría excepción, pero, por supuesto, era Deuqnua Euq quien inundaba mis pensamientos. Mientras mi mirada ser perdía en el brillo de algunas estrellas entendí, como si despertara, que no existía principio ni fin, aquella noche, era la primera y la última. Esa noche era nada, era tan solo una más, pero para mi significaba todo. Comprendí que las manchas en aquél extraño ser tenían un sentido, que también yo era reflejo del universo, que la huida era entropía y nuestro mundo no se resistiría.
Creo que no me resistí y mencioné en voz alta, como si alguien me acompañara: «La realidad avanza desplazando a la ilusión»
En el instante en el que hablé, me golpeó otra verdad: Deuqnua Euq era el centro de nuestro universo, sus lunares eran espejo de las estrellas que nos observan día y noche, cada constelación se reflejaba en manchas sobre su piel, y sus palabras eran su génesis y apocalipsis.